Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1887-1888 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 10 de febrero de 1888
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 46, 1163-1168
Tema: Contestación al discurso de la Corona

Señores Diputados, era todo lo que me podía ocurrir lo que ahora me sucede: hace un mes que estamos discutiendo la contestación al mensaje, y al cabo de este tiempo y después de 80 discursos, yo, que por deber tengo que pronunciar lo que se llama el discurso resumen, me encuentro con esta alternativa: o hacer que se prorrogue la sesión después de tantas como van transcurridas, o tener que dejarlo para el día siguiente; pero no quiero ni lo uno ni lo otro. Y en verdad que no lo voy a necesitar, porque de tal manera han cumplido su encargo los dignos individuos de la Comisión y mis compañeros de Ministerio que han tomado parte en este debate, que, francamente, yo dejaría con mucho gusto de terciar en él, si no fuera por no interrumpir la costumbre de que el Jefe del Gabinete haya de resumir el debate del proyecto de contestación de la Corona.

Pero ya que por no interrumpir esta costumbre me vea obligado a molestar la atención del Congreso, harto fatigada ya por tan largo y minucioso debate, espero que ha de ser por poco tiempo, puesto que la Comisión y el Gobierno nos han defendido tan victoriosamente de todos los ataques que de uno y otro lado se nos han dirigido, que yo no siento la necesidad de la defensa, y menos aún la del ataque, ya que la misión de los Gobiernos no es atacar mientras el hacerlo no sea de todo punto indispensable para la defensa.

De manera que voy a molestaros, Sres. Diputados, sólo para dar cumplimiento a este compromiso que la costumbre me impone, que en otro caso declaro que no lo haría. Después de todo, el Gobierno está contento con lo que ha hecho, no sólo por haber logrado que España sea uno de los países más tranquilos y pacíficos de Europa en los tiempos difíciles que corremos, sino porque, gracias a su política liberal y expansiva; gracias a sus procedimientos de moderación, de templanza y de justicia; gracias a lo que ha hecho en materia de libertad de imprenta y de enseñanza; gracias a la expansión que ha dado al ejercicio de los derechos de reunión y de asociación; y gracias, sobre todo, a la costumbre y a la práctica adquirida por todos los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos, la verdad es que las pasiones se han adormecido, se ha pacificado moralmente el país, se ha desacreditado y desarmado a la revolución [1163], y hasta los partidos más extremos se van inspirando ya en el respeto, en la consideración y hasta en el cariño a las instituciones vigentes. (Muy bien).

Todos, Sres. Diputados, todos los partidos van entrando en el camino de la pacificación, que es de la ley, único camino en que pueden los pueblos encontrar su libertad y su bienestar; único también por el cual es dado ir sin dificultad a la resolución del tan debatido problema de gobernarse a sí propios los pueblos libres.

Pues bien, señores; todos los partidos no pueden menos de reconocer estos bienes, y cualesquiera que sean los ideales a que rindan culto, los impulsos de su patriotismo y la fe en sus honradas convicciones, naturalmente han de sentirse inducidos a no hacer nada que pueda conducir a la pérdida de estos resultados tan satisfactorios, porque lógico es que no quieran posponer a las pasajeras conveniencias de partido los más altos intereses de la Patria. Por esto, señores Diputados, como ya se ha dicho otra vez, se han interrumpido afortunadamente aquellas corrientes que de las Universidades y de las Academias partían en direcciones poco favorables a la Monarquía; y así se ha visto también cómo han venido a la Monarquía hombres que hasta ahora la habían considerado como incompatible con la libertad, a la vez que otros que en opuesto sentido juzgaban a los monárquico-constitucionales como revolucionarios, han ido aceptando contra su resolución, poco a poco, ideas que creían enteramente revolucionarias, convencidos al fin, como lo están ya, de que no se puede oponer a las necesidades nuevas una resistencia ciega, propia sólo de instituciones que estén llamadas a desaparecer. (Muy bien).

He aquí expuesto realmente en poquísimas palabras, en un resumen tan conciso como me ha sido posible, el criterio del Gobierno; he aquí los resultados obtenidos con ese criterio; y como aquellos los estimo buenos y le parecen bien al Gobierno, claro es que con el mismo criterio ha de continuar, y de las esperanzas que para el porvenir fundados en la aplicación de este criterio, respondan, Sres. Diputados, los resultados obtenidos.

Nosotros no sentimos envidias ni rencores hacia nadie; y a nadie, por consiguiente, hemos de tener separado de nosotros por cálculo; pero declaro que a nadie hemos de procurar atraernos por conveniencias puramente personales; confiamos cada día más en la fuerza de nuestras ideas, y esperamos presentarlas en tal forma y de modo tan convincente, que al fin y al cabo vendrán a convertirse a ellas los mismos que hoy aparecen como sus más tenaces enemigos. Claro es que no pretendemos ser infalibles, ni creemos que en todos tiempos y momentos sean nuestras ideas igualmente oportunas; pero en fin, nuestro pasado, como he dicho, nos mueve a tener grandes esperanzas para el porvenir.

Abrigamos la confianza de completar toda la obre que nos hemos propuesto como fin; y después de todo, la tarea que nos queda es bastante más fácil y más pequeña que la que hasta ahora llevamos realizada, sobre todo teniendo, como hasta aquí, absoluta confianza en la Monarquía y en la libertad; en esa libertad que la Monarquía ha escogido como régimen voluntario para todos los españoles; en esa libertad que significa la sumisión, no sólo a la ley, sino al mismo tiempo a la razón; en esa libertad que representa el respeto a los derechos individuales en armonía con los derechos de la Nación; en esa libertad que no está jamás reñida con la autoridad, que naturalmente ha de presidir el desarrollo diario y constante de la Nación española; en esa libertad, en fin, que ha de ser de todo punto legítima mientras no salga de los límites de la ley, porque fuera de ella está lo arbitrario, y lo arbitrario no puede consentirse más que en momentos excepcionales, en aquellos en que es necesario devolver al país, de cualquier modo y lo más pronto posible, las condiciones de normalidad perdidas. (Aprobación).

Si dado este buen deseo; si dado este criterio progresivo del Gobierno, o si precisamente por este progresivo y expansivo criterio del Gobierno, en lugar de tener en los demás partidos competidores, que es lo que deseamos, como a nuestra vez queremos ser competidores de los demás partidos; si en lugar de tener sólo competidores tenemos enemigos, lo sentiremos, aunque dispuestos nos hallarán a luchar, tan decididos como lo estamos hoy a proseguir en el trabajo pacífico; pero de cualquier modo, lo mismo para la lucha que para el trabajo en medio de la paz, no hemos de hacer jamás nada que no esté inspirado en el amor a la Monarquía, a la libertad y a la Patria. (Muy bien).

Para esta obra seguramente que no faltan materiales. Las guerras civiles que nos han devorado; las convulsiones y perturbaciones en que hemos vivido; la precipitación con que hemos hecho algunas leyes y hemos adoptado ciertas disposiciones; las urgentes necesidades políticas que naturalmente han tenido que prevalecer sobre otras disposiciones, todo esto nos ha obligado a contraer empeños financieros y nos ha hecho también olvidar o no poner atención en muchas de las más grandes fuentes de pública prosperidad.

Por esto, como ya decía en la otra Cámara, tenemos todavía muchas llagas que cicatrizar, muchos derechos a que hacer justicia, una administración que mejorar, una Hacienda que fortalecer, grandes riquezas en nuestra agricultura, en nuestra industria y en nuestro comercio que desenvolver, y en fin, una hermosa obra de reorganización que llevar a cabo, no menos productiva, aunque menos brillante que la que hasta ahora hemos realizado. A esta obra estamos prontos. Claro que la vida de un Ministerio no es bastante para desarrollar un plan legislativo y administrativo tan vasto; pero a nosotros nos basta con la gloria de haberlo iniciado, limitándonos por de pronto a procurar que en esta legislatura queden aprobadas aquellas medidas cuyo aplazamiento sería censurable y cuya aplicación es para nosotros una cuestión de formalidad.

Por lo demás, para estas medidas, como para aquellas reformas urgentes que el país espera con ansia, yo creo que podemos contar con la cooperación del Parlamento. Para lo más urgente y que el país reclama con anhelo, no habrá dificultad alguna, porque todos estamos en ello por igual interesados, y el Gobierno espera contar con el patriotismo de todos los hombres políticos, cualquiera que sea el partido a que pertenezcan. Para las otras reformas esperamos por lo menos que no haya más dificultades que aquellas que resulten de una discusión razonada y detenida, porque nos comprometemos a presentarlas prescindiendo de toda pasión política y con un gran sentido de equidad. [1164]

Si yo me equivocara, que no lo espero, aquí está la mayoría para conseguir con la razón de la fuerza lo que no pueda alcanzar con la fuerza de su razón.

He hablado de las cuestiones urgentes, y claro es que me refiero a todas aquellas que pueden contribuir al desarrollo de la economía nacional. Donde desfallecen la industria, la agricultura y el comercio, no hay, no puede haber Gobierno fuerte ni país próspero. El Gobierno, pues, dedicará al desarrollo y al fomento de todos estos vitales intereses toda su atención y sus mayores esfuerzos; porque, como decía un célebre publicista, "no puede existir la fortuna privada si la pública no prospera". El Gobierno se dedicará a atender a las cuestiones económicas con el mayor esmero, y procurará que haya una Hacienda severa, una Hacienda en la cual no se determine gasto alguno sin estar seguros de los ingresos suficientes para cubrirlo. Y como al mismo tiempo no se hace nada por la gloria propia cuando no se cuida de cumplir todas las obras públicas, procurando en esto tener una igualdad para todas las provincias, que corresponda a la igualdad de sus sacrificios, buscando además la armonía de todas las aspiraciones que respondan a los intereses generales, a las exigencias del país y, sobre todo, a la idea de que no se puede tener crédito en el extranjero sino cumpliendo en el interior nuestros propios compromisos.

Para esto, Sres. Diputados, se necesita indispensablemente una cosa: la paz en el interior y en el exterior. En cuanto a la primera, no hay nada que decir. El pueblo español es el pueblo más sensato y más tranquilo, o uno de los más sensatos y tranquilos, y si no fuera por los hombres políticos, el más fácil de gobernar del mundo. (Grandes risas). El pueblo español paga más que el de la mayor parte de los países; pero como sabe que tiene que pagar las consecuencias de nuestras desdichas, se resigna y calla. Nuestro ejército y nuestra marina han demostrado en muchas ocasiones que tienen en su seno las cualidades y virtudes más excelentes y las condiciones más grandes de toda fuerza pública, y si no fuera por la política que todo lo invade, el ejército español sería el mejor ejército del mundo. Es de creer que lo sea pronto, si todos contribuimos, en bien del país, a tenerlo en absoluto alejado de las luchas políticas, y si muchas de sus individualidades, dignas y autorizadas, en vez de invertir el tiempo en las luchas de partido, lo emplean en el estudio y en la propaganda de tan noble y tan difícil profesión.

La clase obrera es también buena en nuestro país, y mientras en otros se comporta de modo que acelera y agrava el poder de la miseria, aquí trabaja tranquilamente o pide trabajo con moderación, por lo cual es tan fácil siempre el arreglo de la cuestión obrera.

Hasta la crisis agrícola es sencilla de arreglar por el buen juicio de los jornaleros y también por el criterio templado y el patriotismo de la aristocracia y de los propietarios. Y por último, señores, el régimen bajo el cual vivimos, escogido libremente por el pueblo y fortalecido por las virtudes de la noble Reina Regente, no tiene apenas nadie que se atreva a posponer los grandes intereses de la Patria a los egoísmos de partido.

Por consiguiente, no hay un país en la tierra que tenga mejores condiciones que éste para que su paz interior esté asegurada. (Aprobación).

En cuanto a la paz exterior, ya es distinto, porque ésta no depende de nosotros; que si de nosotros dependiera, yo declaro que la paz exterior también estaría perfectamente asegurada; porque, señores, en mi opinión, no hay sacrificio que no deba hacerse por impedir la guerra, que si en todos tiempos fue cruel, en los que ahora corren, en la mancomunidad de ideas en que se vive, y dados los medios de destrucción con que se cuenta, la guerra es como nunca horrible y espantosa. Pero, en fin, lo que a nosotros nos toca hacer es contribuir, en lo que de nuestra voluntad dependa, a que no haya dificultades ni rozamientos exteriores; todo lo que podemos hacer es practicar una política exterior prudente, leal, honrada; política de recogimiento, política de neutralidad, política que nos consienta mantener lo que ya poseemos, y que esté tan lejos del optimismo peligroso de los que sueñan en aventuras irreflexivas como del pesimismo cruel y desdeñoso que nos empequeñece, y que no sirvió nunca para que ningún estadista hiciera cosa de provecho.

(El Presidente del Congreso pregunta a los Sres. Diputados si se prorroga la sesión, éstos contestan afirmativamente. Continúa su discurso el Sr. Presidente del Consejo de Ministro, Sr. Sagasta).

Por otra parte, la confesión de nuestra pequeñez, aunque en efecto nuestra pequeñez sea conocida, nos hace mil veces más pequeños, y sin remediar nada, nos humilla más. (Muy bien). Y además, el desprecio de la Nación a que uno pertenece, podrá ser fundado, pero jamás ayudó a ningún éxito.

Vencidos y postrados quedaron los italianos después de Novara, y mermado y empobrecido el Piamonte con lo que tuvo que pagar a Austria; pero Cavour formó de su país un concepto tal vez fantástico, que quizá le sirvió para que se convirtiera en real y efectivo. Prusia no contaba con más medios y recursos que España, y sin embargo venció a Austria y desbarató la Confederación germánica, estableciendo uno de los Imperios más grandes del mundo, apercibiéndose después a vencer a Francia.

Claro es que yo no pretendo que hagamos lo que estos pueblos, ni que nos metamos en aventuras irreflexivas; pero declaro, señores, que ciertas lamentaciones no consiguen más que atraer hacia nosotros la lástima, y, francamente, en el caso de inspirar lástima, ¡ah, no! En ese caso no estamos. No nos hallamos tan desprovistos de fuerza y tan escasos de recursos, que no podamos hacer respetar nuestro derecho allí donde sea atacado; menos provistos hemos estado en otras ocasiones, y nadie impunemente nos ha desconsiderado ni ofendido. De todas suertes, Sres. Diputados, declaro que, en opinión del Gobierno, conviene a España que su política exterior sea una política de recogimiento y neutralidad, pero que no nos conduzca al aislamiento, porque nos reduciría a la impotencia y a la nada, aún para aquellos asuntos europeos que pueden afectar más o menos directamente y más pronto o más tarde a los intereses de España, y sobre todo, al provenir de nuestra soberanía en todas nuestras posesiones y dominios, lo mismo de este que del otro lado de los mares.

He aquí el criterio del Gobierno en las cuestiones [1165] interiores y en las exteriores. Y algo he de decir, aunque sea muy rápidamente, de la cuestión de Ultramar.

Los problemas coloniales se nos presentan con una importancia tal, que no hay remedio, tenemos que concederles preferente atención, si no nos queremos exponer a que dentro de poco tiempo, no mucho, sea muy difícil resolverlos. Ya hace bastantes años que concluyó la guerra civil en Cuba, y es necesario que pensemos seriamente en procurar, lo mismo para esta Isla que para la de Puerto Rico, un estado político y económico que lleve a ambas Islas el reposo que han menester para su futuro desenvolvimiento. Por dicha de España, en ambas Islas tenemos un elemento fuerte, poderoso, de gran vitalidad; me refiero al parido español histórico; a este elemento que es un partido que ha probado su patriotismo mil veces, que no ha excusado los mayores sacrificios siempre que ha sido preciso hacerlos en bien de la unidad de la Patria; que es un partido robusto que parece como prolongación de España en aquellas tierras conquistadas, evangelizadas y enriquecidas por nuestros padres. Pues bien, lo más necesario hoy es, que esos buenos españoles ayuden al Gobierno en su tarea y procuren no abusar de su superioridad respecto a algún otro elemento que hay en aquellas Antillas y que desea para las mismas una distinta organización.

Si nosotros pudiéramos ponernos de acuerdo, si pudiésemos sacar de los ideales que les sean comunes, soluciones prácticas para resolver los problemas del momento, ¡ah Sres. Diputados! sería muy fácil conseguir el fin a que todos aspiramos y que todos nos proponemos en aquellas queridas provincias. De todas maneras, el Gobierno se ha de mover en esta dirección, ha de procurar todo aquello que sea común y prácticamente realizable; y sobre todo, ha de atajar en lo posible aquello que entre los dos elementos pueda ser causa de disidencias, enconos y discordias; porque si logramos esto, Sres. Diputados, podremos tener más ancha base para asentar nuestra dominación en lo futuro, y de ese modo realizaremos la más hermosa de las aspiraciones: la aspiración de ver incólume la integridad nacional, la aspiración de conservar para la Patria aquel suelo regado con tanta sangre generosa; y así también podrá satisfacer el Gobierno su propósito y su tendencia, sino con amor, a todos sus hijos, siempre que acaten la bandera de España y siempre que deseen llamarse españoles, siendo indulgente con todas sus ideas, para tomar de ellas lo que sea justo y lo parezca razonable. (Muy bien).

Y ya que he hablado de Ultramar, voy a ocuparme también un poco en la cuestión tan debatida de la inmoralidad. Y se me ocurre esto ahora, porque Ultramar es el punto donde al parecer existe la llaga, antigua, profunda, repugnante, en la cual se ha hecho moda poner hoy el dedo, aunque sea para enconarla más.

Es claro que el mal existe; pero ese mal proviene de vicios antiguos, de una mala organización, hereditaria, de la cual no son responsables, no digo ya los actuales gobernantes, sino los que nos han precedido desde hace mucho tiempo. De todas maneras, hay que confesar que ahora es mucho menor la inmoralidad en aquellas tierras que lo era antes: la inmoralidad era mayor cuando no existían los medios de fiscalización que hoy se conocen, cuando no había la diafanidad en todo que hay en estos momentos, y cuando, además, señores, se veía como lúgubre y triste fondo del cuadro de tantos males la horrible esclavitud que parecía envenenarlo y emponzoñarlo todo. La inmoralidad, pues, señores, era mayor; lo que tiene es, que resueltas las grandes cuestiones, hoy se observa mucho más lo menudo, lo pequeño, y la cuestión de la moralidad administrativa aparece ahora como un gran problema, lo cual no sucedía entonces, porque poco podían importar a la opinión pública estas cuestiones cuando se debatía con las armas en la mano si aquellas tierras habían de ser españolas o dejarían de serlo, y si debía de subsistir o no la esclavitud. Y cuando se trataba de los medios de variar tan profundamente la organización social y política de Cuba; cuando se discutía un problema de humanidad enlazado con las creencias religiosas y con los sentimientos más vivos de nuestra civilización; cuando en ese problema pugnaban grandes intereses, y por ser tan trascendental y tan grande, preocupaba la atención de todo el mundo, ¿quién había de reparar en esa enfermedad secundaria que hoy lamentamos y discutimos? La llamo secundaria, y todavía en realidad es menos: porque ¿qué importa el mal que hoy lamentamos, al lado de aquel horrible derecho de comprar y vender cargamentos de carne humana? (Aplausos).

Bueno es, y a mí no me pesa, que se hable de moralidad, porque esto prueba, aunque muchas veces la manía de la denuncia no tenga más elevadas miras, esto prueba sin embargo que la conciencia pública es más viva, más sensible y más escrupulosa hoy que lo era antes, y que ahora no pasa nada inadvertido, porque la menor sombra empaña hoy día mucho por no tener al lado otras sombras mucho más negras que la oscurezcan y que por suerte han desaparecido. Lamentemos, pues, todos el pasado y procuremos poner remedio, pero no culpemos a nadie.

Me proponía yo, Sres. Diputados, haber empleado una parte de mi discurso, si lo hubiera pronunciado conforme a mi deseo, en exponer la manera de ser del partido liberal; pero este, que iba a ser uno de los principales motivos de mi discurso, realmente lo puedo abandonar, porque este trabajo lo ha hecho de manera admirable el señor presidente de la Comisión.

El partido conservador, que sin duda por un error, creyendo que la política de benevolencia, como él llamaba a la que seguía respecto del partido gobernante, cuando en realidad la política que hacía el partido conservador no era de benevolencia, sino de prudencia y de buen sentido; el partido conservador, creyendo que esa conducta de benevolencia era sólo favorable al partido gobernante, quizá a pesar del ilustre jefe que lo dirige, parece haber trocado un poco su benevolencia en malevolencia. Y al proceder de esta suerte, el partido conservador, como he dicho antes, comete un grave error, porque la política que llamaba de benevolencia, y que yo creo que era de prudencia y de buen sentido, es verdad que favorece al partido liberal, pero no favorece menos al partido conservador. Por esto, en todas las cuestiones en que prescinde de esa benevolencia, sale mal librado el partido conservador.

Recordad, si no, algunos hechos recientes. El partido conservador, con motivo del hermosísimo discurso que nuestro digno Presidente tuvo la honra de [1166] leer ante S. M. la Reina, creyó que podía acometer y dejar maltrecho a nuestro digno Presidente. Pero resultó todo lo contrario; lo que sucedió fue que quedó más enaltecido nuestro digno Presidente, y que un acto que en último resultado, si el partido conservador hubiera sido prudente, no habría sido más que un acto de la exclusiva responsabilidad del que lo llevó a cabo, fue convertido por los conservadores en un gran acto parlamentario. Todo ¿por qué? por querer hacer daño a nuestro digno Presidente. Luego quiso perjudicar al partido liberal, y convertir aquel gran acto político en el triunfo de uno de los elementos de la mayoría sobre los demás, y también sufrió otro descalabro el partido conservador; porque no sólo no significó aquel acto el triunfo de uno de los elementos de la mayoría sobre los demás, sino que el partido liberal demostró, antes que los hechos lo hubieran demostrado, que tratándose de las reformas, que respecto del programa, en el partido liberal no hay ni derecha, ni izquierda, ni centro. (Muy bien, muy bien, en la mayoría. -Aplausos); no hay más que un solo pensamiento y una sola voluntad: el pensamiento, común en todos, de que las reformas se realicen cuanto antes; y la voluntad de parte del Gobierno de que se realicen por el partido liberal tal como hoy está constituido, porque así conviene a las reformas, porque así lo necesita la libertad, porque así interesa a la Monarquía, y porque así lo exige el país.

En estas circunstancias, Sres. Diputados, en este tiempo, el arte de gobierno es extremadamente complejo, como complejas son las aspiraciones y los ideales de los hombres públicos. La continua investigación del pensamiento produce divergencias, divide y subdivide las opiniones en los asuntos varios que constituyen posprogramas políticos. Aquellas uniformidades dogmáticas, lo mismo en el asunto considerado en la totalidad, que en los pormenores, que constituían la base de los partidos antiguos, han desaparecido. Y por esto es hoy mucho más difícil constituir partidos de gobierno; que no se puede llegar a un resultado práctico sino armonizando ideas, transigiendo intereses, encajando, digámoslo así, unas en otras, todas las aspiraciones, tomando de los diversos elementos que se mueven y agitan aquello que es común, para que sirva de lazo de unión, fomentando todo lo que una, y procurando huir en lo posible de todo lo que divida y perturbe. Y así es como se ha formado el partido liberal, y así es como se han formado todos los partidos liberales, porque no se puede marchar de otra manera.

Pues bien, en este partido liberal el núcleo es aquel antiguo partido glorioso, que a pesar de haber estado casi siempre alejado del poder, proclamó, defendió y mantuvo los derechos populares; aquel partido, modelo de patriotismo y de honradez, a cuya heroica constancia debemos los grandes principios en que se funda el sistema que nos rige; y a este gran partido vino a darle la experiencia de gobierno y a suministrarle también grandes prestigios otro elemento que había estado separado de él.

Ésta es, digámoslo así, la tradición del partido liberal. Pero este partido no podía responder a la representación que le corresponde, y que consiste en representar la idea y mantener la tendencia más avanzada dentro de la Monarquía, si a los elementos de la tradición no vinieran a refrescarlos y a renovarlos los principios de la juventud y de las nuevas ideas, que son la savia de la democracia, producto de las fecundas investigaciones del pensamiento. Así, pues, es necesario sostener a todo trance esta armonía entre los diversos elementos liberales, porque significa la unión de la experiencia y de la innovación, la combinación de todas las fuerzas liberales para realizar lo que es hoy día necesario para el bienestar del país, para garantizar la libertad y establecer al mismo tiempo la más íntima solidaridad entre la Monarquía y el pueblo.

Así, el partido liberal conseguirá que al amparo de la Monarquía, que por su flexibilidad es una institución abierta a todos los progresos, vengan muchos que estaban fuera de la legalidad, y entren en la vida pública otros elementos hasta el presente retirados de la política militante; pero para todo esto es indispensable sostener en la institución monárquica todos sus atributos esenciales, sobre todo la condición de su permanencia con toda la solidez propia de la cimentación histórica. ¿Sólo por bien de la Monarquía? No; por bien de las reformas del partido liberal; para que en ella se apoyen las instituciones jurídicas y políticas, y de ella tomen la fuerza y el prestigio que han menester si han de ser eficaces; porque, Sres. Diputados, con una Monarquía puesta en tela de juicio y amenazada, como se ha pretendido alguna vez, hasta por la misma Constitución; con una Monarquía así, cualquier política que se siga no conducirá más que a lo desconocido, a lo aventurado, a la inestabilidad, a una vida falsa y llena de peligros.

Sería una imprudencia temeraria pretender que ni en lo más pequeño se disminuyan o se aminoren los atributos esenciales de la Monarquía; porque la necesitamos para ser fuertes, necesitamos de su prestigio para el prestigio de nuestros principios, necesitamos de su grandeza histórica y de sus condiciones invariables para que podamos simbolizar en ella todo lo que debe ser en el mundo invariable y eterno: el derecho, la libertad, el orden y la justicia. (Muy bien).

Voy a acabar, Sres. Diputados; ya hubiera terminado, pero se me han hecho algunas indicaciones y me he creído en el deber de explanarlas.

No quiero sentarme sin manifestar mi gratitud a mis amigos, que tan lealmente me han apoyado y siguen apoyándome en esta etapa laboriosa del partido liberal. Gracias a ellos, y gracias a su apoyo, el partido vive y gobierna, naturalmente con las asperezas que son inseparables de toda labor humana, mucho más cuando la labor de que se trata es el gobierno de un pueblo. Gracias pues, a ellos, el partido liberal gobierna desarrollando su programa con la rapidez que la lentitud de nuestras costumbres parlamentarias le permiten; pero lo hecho, hecho está, nadie nos lo podrá arrancar del haber de nuestra cuenta.

Lo que falta por hacer, vendrá y se hará, porque se cuenta con vuestra constancia y con vuestra unión, y se hará irremisiblemente, porque tenemos contraída ante el país una deuda sagrada, y es propio de nuestra formalidad y de nuestro honor el cumplirla.

Si ha faltado el tiempo por entorpecimientos que no nos ha sido dado evitar, con el tiempo hemos de contar para lo que resta; y si ahora nos parecen los plazos demasiado largos, nos parecerán cortos después de que veamos realizada cosa tan grande como el cumplimiento de un programa que entraña el triunfo [1167] definitivo de las instituciones liberales, la sólida alianza del progreso con la tradición, y en suma, un estado de derecho que ha de procurar el reposo moral y material de que tanto necesita esta Patria tan querida de nosotros, por la cual debemos sacrificarnos, dedicándole todos nuestros cuidados y afanes. (Grandes aplausos). [1168]



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